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CATEGORÍA C

Primer Premio Narrativa

Título: El árbol de los escritores

Autora: Patricia Sánchez Verdú

Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un pueblo muy especial. Como todos los

pueblos tenía parques, jardines y jardincillos y pequeñas casitas, pero... ¿Qué lo hacía tan

especial?

Pues bien, en un parquecillo, en medio del pueblo, había un árbol un tanto extraño,

dividido en cuatro partes y cada una tenía: nieve y las ramas secas (invierno), tiernas

hojillas verdes y preciosas flores (primavera), jugosos frutos anaranjados y brillantes hojas

(verano), y hojas secas de tonos rojizos, amarillos y marrones (otoño).

Todos pensaban que era una simple reacción química, pero el anciano de ojos azules

como el océano, cabellos como la nieve y piel como el azabache, ese al que todos

tomaban por loco e iba al parque a ver jugar a los niños y así calmar su soledad, ya

empezaba a sospechar algo. Y es que los secretos habitantes de ese árbol eran... ¡Las

Hadas de las Estaciones!

Ohh... Eran preciosas, y cada una iba vestida acorde con su estación. Cada una era más

preciosa que ver las flores bañadas de rocío al salir el sol por la mañana y bañarlo todo

con su manto dorado salpicado por las nubes rosas.

Las hadas del invierno vestían largos trajes forrados con piel y plumas, que los animales

dejaban caer por allí, y botines para la nieve. Las hadas de la primavera vestían delicados

vestidos hechos con pétalos de rosa y se peinaban con perlas de rocío. Las hadas del

verano llevaban frescos trajecillos de hojas brillantes y grandes viseras para protegerse

del sol. Las hadas del otoño llevaban vestidos de hojas secas y botas de corteza de roble

para protegerse del barro.

Pero un aciago día, la preciosa vida que llevaban las hadas cambió... Porque una avispa

con el veneno de la envidia en su aguijón lo inyectó en el fruto del que extraían el jugo

todas las hadas del invierno y su carácter cambió. Se volvieron cada vez más engreídas,

altivas, hasta llegaron al extremo de volverse malvadas. Todo parecía perdido, pero tal

vez había una salvación. Una pequeña hadita (del invierno) llamada “Rosa de las Nieves”

(a la que todos conocían como Rosi) no quería beber del fruto, y fingió para que sus

amigos y familiares no sospechasen nada, pero en su interior estaba preocupada. Una

noche decidió colarse en el G.C.I. (Gran Consejo Invernal) porque habían convocado al

pueblo del Invierno para darles una noticia (por desgracia un malévolo plan).

¡Querido pueblo invernal! - Anunció la reina nevada. - Hoy os he convocado aquí

para proponeros un plan. Basta de que a la gente no le guste el invierno, basta de

que se refugien en sus casas, porque el invierno va a ser lo único que va a haber.

¿Cómo lo haremos? Os preguntaréis, bien... lo único que hay que hacer es cubrir

el pueblo de nieve cada tres noches, para que se mantenga, y cuando descubran

las otras tres cuartas partes del Árbol Mágico y encuentren a las hadas, las

encerrarán, las disecarán y las venderán a altos precios. ¡Jua, jua, jua, jua! -

Terminó con una siniestra carcajada.

Rosi, asustada, pensó en quien podía confiar, se lo contó a las reinas de las otras

estaciones y decidieron ir a ver a Urugú (pues así se llamaba el anciano del parque).

Fueron a su chabola, a las afueras del pueblo, y cuando Urugú abrió la puerta, se llevó un

susto, que por poco no se desmaya al comprobar, que su teoria sobre el Árbol Mágico era

verdad. Cuando las hadas le expusieron su problema, Urugú pensó y les contestó -.

Dentro de una semana reunios conmigo aquí, mientras tanto, esperad.

A la semana siguiente, los hombre del pueblo compraron municiones, armas y hasta

tanques, Urugú, al ver aquello, fabricó la “pócima de la amistad” y la mezclo con el agua