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al parchís y a las cartas, a un breve paseo explorando senderos, y también, para que veas

que no todo fue perfecto hasta entonces, tratando de convencer a algunos -adolescentes

y mayores- de que miraran más las flores y las formas caprichosas de las rocas que el

guasap de sus móviles. ¡Ah! Y aunque quizá lo dudes, no hubo alcohol vespertino entre

los adultos, en la sobremesa. Tengo la fortuna de compartir estos ratos con amigos

convencidos de que el alcohol delante de sus hijos menores no es un buen ejemplo. Es

un dato importante que debes conocer. Lo incluyo aquí no porque me crea mejor que tú ni

que nadie, tenlo claro, es para que seas consciente de que lo que leerás en unos

momentos no estuvo provocado por ningún tipo de efecto causado por la bebida, ni nada

por el estilo.

Llegó la hora de abandonar aquel lugar, ese momento de volver a los coches hacia

la villa rural, cuando la luz natural se diluye con el declinar del día, cuando el atardecer

bosteza y nos abandona y la noche comienza a entrar de puntillas, apropiándose de las

formas. ¿Sabes lo que te digo?

Así que volvíamos ocupando los mismos vehículos, el nuestro en tercer lugar, el

último. Paula, la conductora; Luis, su marido, ocupando el otro asiento delantero. Detrás,

mi mujer y yo, y ocupando el espacio central, Alfonso, hijo de Paula y Luis. Tras unos

minutos nos distanciamos varios metros de los coches que nos precedían. No recuerdo

bien cuál fue la causa, pero nos distanciamos. Pasa, y ya está. Paula aceleró ligeramente,

tratando de recuperar esos metros perdidos. ¡Ojo! Paula es una conductora prudente,

muy segura al volante, te lo puedo asegurar. No era ni mucho menos la primera vez que

subíamos con ella conduciendo. Pero aquel camino entre montañas, tan sinuoso, sin

asfaltar, tanta gravilla suelta, ese ligerísimo acelerón en aquella curva a izquierda…

Demasiado cerrada. Quizá demasiado deprisa. Quizá demasiado desnivel de bajada.

Quizá demasiada gravilla. El coche empezó a resbalar (no derrapar; resbalar). Sin control.

¿Sabes esas pistas forestales pronunciadas con ascensos y descensos entre montañas,

donde a un lado queda una pared semivertical y al otro un terraplén, un barranco, de

muchos metros de caída? Pues sí. Esa era la situación.

Te recuerdo, el coche sin control. Inicialmente resbalaba hacia la “pared” rocosa,

pero el instinto llevó a Paula a girar el volante en dirección contraria. No entiendo mucho

ni por qué, pero esa acción provocó que el turismo se desplazara entonces hacia la

derecha, hacia el abismo. Lentamente.

Resbalando.

Disculpa unos segundos. Los dedos me tiemblan. Me cuesta revivir este momento.

Fue duro, y me ha costado tiempo visualizarlo, separarlo del resto de recuerdos inauditos

de aquella experiencia, sin sentir los ojos vidriosos. Los ojos… Me está pasando ahora,

mientras escribo.

Vale. Sigo.

El silencio. Hubo un silencio sobrecogedor. Créeme. Nada de gritos ni chillidos,

ningún movimiento descontrolado. Los cinco paralizados, callados, esperando. Esto es lo

que pasa en una situación así. No hay héroes, no hay llantos. No en ese instante. No te

creas las películas. Lo sé porque lo he vivido. Porque estuve allí. Me recuerdo

sorprendiéndome del silencio atronador, eterno en aquellos segundos en los que ves

desaparecer el suelo bajo tus pies.